A cuenta de un libro de lengua destinado entonces a los niños de primaria, el cual critica por su relativismo, Lewis propone una defensa de la objetividad de la ley natural y de la moralidad. Frente al menoscabo de los sentimientos a cargo de la pedagogía racionalista, «el objetivo del educador moderno no es el de talar bosques, sino el de irrigar desiertos.»