El Mesías y la hija de Sión

El relato de la presentación de Jesús en el Templo es uno de los pasajes más entrañables de los evangelios, pero está saturado de dificultades. En él se recogen los dos parlamentos de Simeón: su himno de alabanza a Dios, el Nunc dimittis, donde proclama la llegada de la salvación en el niño que sostiene en sus brazos, y la profecía de la espada para María, calificada por los estudiosos de «misteriosa», «oscura» y «enigmática». Estos versos, en palabras de M. Black, «están entre los más difíciles en la Biblia griega, y es virtualmente imposible encontrar una lógica conexión del pensamiento que transcurra a lo largo del pasaje». Ya hacia el año 410, en una de sus cartas a san Agustín, san Paulino de Nola le preguntaba acerca de nuestro texto: «¿Qué tiene que ver el que María fuera traspasada por una espada (material o espiritual) con que, por ello, los pensamientos de muchos corazones sean descubiertos?» No es fácil la respuesta, y de hecho los exegetas se hallan divididos en interpretaciones que no logran hacer comprensible el texto. En este libro se abordan las muchas dificultades del pasaje, buscando luz en el sustrato semítico que es fácil adivinar tras el evangelio lucano de la infancia, y que muestra cómo el relato de la presentación, al igual que todo el material recogido en Lc 1-2, no pudo nacer más que en Palestina y en una fecha temprana, cuando las narraciones «todavía estaban controladas» (H. Schürmann). A esta luz, el himno y la profecía proclaman que en Jesús y María se ha cumplido la esperanza de Israel, pues en ellos Dios «ha visitado y redimido a su pueblo»: el niño que Simeón sostiene en sus brazos es el Mesías esperado, y María, su madre, es la Hija de Sión, «el Israel de Dios», figura de la Iglesia y modelo de humanidad redimida.